(Etimología latina de “errar”: ir de un lado a otro)
El error tiene que ver con el
viaje
Que es una figura determinante de
todo aprendizaje.
Michel Serres (1991)
De acuerdo a lo expuesto por Jean Pierre Astolfi (1), la carga negativa del error se evidencia tanto en el “error como fallo”, propio del modelo de educación transmisivo, como en el objetivo de “evitar el error” del modelo comportamentalista, en el cual está el camino tan cuidadosamente trazado que no hay lugar para realizar tareas que conduzcan a él. Contrariamente a esta visión están los constructivistas que, desde una visión positiva, se ocupan de generar la aparición del error, como fuente de posterior aprendizaje, frente a la solución de situaciones no esperadas producidas por ellos. Así, me descubro más de una vez, buscando ejemplos que conducen a los chicos al error, para focalizar confusiones que se encuentran impresas en lo aprendido en otros tiempos.
Pude reconocer varias causas de la ocurrencia del error en el tránsito por las aulas:
- Los alumnos están acostumbrados a realizar ciertos trayectos
mecánicos, por ejemplo en la resolución de ecuaciones, sin
detenerse a pensar…
Si bien x2=-4 es indiscutiblemente un absurdo en el conjunto de los números reales, ¿lo será x2<-4 ó x2>-4?
- Hay otros errores que se deben al uso de
determinadas estructuras en el lenguaje corriente que no tienen
el mismo tratamiento en el ámbito de la lógica de las proposiciones.
El concepto de unión entre conjuntos que se entremezcla tímidamente con la noción de intersección, toda vez que los pibes “piensan” en que los elementos comunes (que conforman la intersección) se encuentran donde “se unen” ambos conjuntos.
- Pero muchos errores viven en la adquisición de ciertos
preconceptos que generan obstáculos para futuros aprendizajes.
- Otra causa que considero responsable de los errores es
la falta de rigurosidad en las justificaciones y los procesos,
porque si de cualquier modo es lo mismo, un trabajo entregado con
pulcritud da igual que tres hojas descuidadamente arrancadas de un
cuaderno espiralado tomando protagonismo en el asomo de una pila que
espera la corrección. Y entonces si nada importa, tampoco vale justificar
cuidadosamente la razón de un desarrollo o el hallazgo de un contraejemplo
clarificador. ¿Será que detrás de esto se esconde una débil intención de
aprendizaje?
Si en el momento en que estos errores comienzan a instalarse no hay una mano amiga que los destaque para conseguir el aprendizaje y logre su erradicación, toman fuerza para aflorar más adelante como certezas difíciles de derribar.
(1) Astolfi, J. P. (1999): El error, un medio para enseñar. Sevilla, Diada Editora